Uno de los inconvenientes que los consumidores asocian al agua embotellada es el de la posibilidad de que el agua tenga sabor extraño, a plástico quizá, debido a una posible degradación del plástico constituyente del envase. Sin embargo, se trata de una concepción muy común pero sin fundamento, que provoca que muchos consumidores prefieran adquirir agua embotellada en recipientes de cristal. Sin embargo, si las etapas del transporte del agua se realizan de acuerdo con un criterio objetivo y con las normativas específicas al respecto, el agua embotellada en envases de plástico no tiene por qué tener mal sabor. El agua embotellada más popular se envasa en PET, un tipo de plástico que justamente tiene la facultad de resistir la degradación y de no aportar sabores extraños a los líquidos que contiene. Por lo tanto, si el transporte de agua embotellada se realiza de manera correcta, teniendo en cuenta las temperaturas ambientales, y si además se optimiza la calidad del almacenamiento, el plástico que forma la botella no se dilatará o se contraerá como consecuencia de los cambios de temperatura, circunstancia que podría provocar un sabor inadecuado. En la actualidad, y ante el extenso conocimiento que tienen en la materia, las empresas de agua tienen mucho cuidado de no exponer sus productos a cambios de temperatura ambientales, ya no porque puedan modificar el sabor de sus aguas, sino para evitar cualquier alteración de la química natural del agua mineral. En definitiva, el empeño y dedicación de estas empresas a la hora mantener la excelencia de sus aguas es parte de su distinción y del valor que dan a sus productos en el mercado.