El cuerpo humano está formado por alrededor de un billón de células, y estas están constituidas a su vez por proteínas, lípidos, aminoácidos y otros elementos como el protoplasma o el citoplasma, que se mantienen unidos por un fluido omnipresente y esencial para las células y, por lo tanto, para el organismo, el agua.
El agua actúa como aglutinante, y resulta un medio físico perfecto no solo para las reacciones químicas, sino también para las reacciones eléctricas que son la base de las relaciones físico-químicas cruciales para el mantenimiento de la vida.
Las funciones celulares se basan en el mecanismo de la electrólisis: los minerales y otros microelementos interactúan con el núcleo de las células a través de la membrana celular gracias a sus cargas eléctricas, al agua y siguiendo los principios de la electroósmosis.
Por esa razón, el cuerpo humano necesita electrolitos, que son los precursores de esas funciones primordiales, es decir, que requiere minerales como el sodio, el potasio, los cloruros y los carbonatos.
Hace ya muchos años, el fisiólogo alemán Otto Warburg, Premino Nobel de Medicina en 1931, descubrió a través de sus experimentos que la deshidratación detiene el proceso natural de electrólisis, que mantiene vivas las células y que activa las propias funciones del organismo. Con sus investigaciones corroboró, por lo tanto, la importancia vital del agua en el organismo.
En definitiva, el beneficio de tomar agua para mantener nuestra salud es evidente, pero además hay que conseguir un nivel de hidratación óptimo de las células para sostener este equilibrio electroquímico tan esencial.
El agua mineral, como la que dispensan las fuentes de agua instaladas en las oficinas, por lo tanto, también está cargada de electricidad, una característica que favorece la alianza del agua con sus minerales, unos elementos muy básicos para enriquecer las células y permitir el desarrollo de sus funciones.
zp8497586rq