El calor específico del agua es una de las cualidades del fluido que resultan más interesantes, debido a la multitud de aplicaciones prácticas que tiene, y también porque, le confiere una física muy peculiar que permite distintos comportamientos de la molécula.
Este calor específico hace que el agua sea el fluido que se resiste mejor a los cambios de temperatura, tanto a los ascensos como a los descensos. Esta característica se aplica desde hace tiempo a los sistemas de calefacción y de refrigeración más comunes.
Otra peculiaridad del agua en relación con este calor específico, es que sus moléculas pueden liberar o absorber grandes cantidades de energía térmica sin que se provoquen cambios significativos en su temperatura real.
El caso de las máquinas de vapor, por ejemplo, es uno de los más evidentes, ya que cien grados de temperatura de agua hirviendo en el interior de una caldera pueden producir una activación y un rendimiento de trabajo de alta eficiencia.
Cuando el agua de la caldera llega a ebullición, la temperatura rompe los enlaces de los átomos de hidrógeno, que son los que mantienen unidas las moléculas de agua y que le confieren esta estructura tan singular, constituida por un átomo de oxígeno fuertemente unido a dos átomos de hidrógeno.
Así, al romperse dichos enlaces de hidrógeno, cuando el agua se evapora, se liberan grandes cantidades de calor en el proceso. El proceso, por lo tanto, en un primer momento, podría resultar evidente: dar calor al agua, para que esta agua permita dar calor al cuerpo o a una habitación, pero en realidad, se trata de mucho más que esto, ya que gracias al calor específico del agua y a sus citadas propiedades, este efecto calor consigue amplificarse en gran medida.
Así, al tomar agua en una fuente de agua, como las que se instalan en las oficinas, se está incorporando al organismo estas mismas características asociadas al calor convierten al agua en un fluido ideal para conservar el calor del organismo o para trasladarlo de un lado a otro.
Imagen cortesía de Tom Curtis