Quizás hayáis oído decir que ir a un psicólogo no sirve de nada a menos que uno esté dispuesto a querer cambiar y/o curarse. Pues aplicado a la planificación del tiempo: es lo mismo. Todo empieza con uno mismo. Si esa semilla no está, no podrá florecer el árbol.
Entonces, antes que nada, hay que ser honesto con uno mismo y verse sus propios fallos y debilidades. Que no te dé vergüenza, nadie te va a escuchar. Nadie puede entrar en tu mente. Sólo lo sabrás tú.
Pregúntate estas cosas: ¿aprovechas realmente el tiempo? ¿cuánto tiempo pasas haciendo cosas innecesarias? ¿qué tal es tu destreza con tus tareas?
Estas, y todas las que se te ocurran. La cuestión es encontrar qué hacemos mal, qué podríamos mejorar y cómo hacerlo.
Los dos puntos clave
Nosotros creemos que el tema puede solucionarse con dos puntos o pasos clave:
Paso uno...
Lo primero y más obvio (aunque no siempre lo vislumbremos) es el cómo desperdiciamos el tiempo en cosas inútiles. Sí. En serio. Uno no lo ve hasta que no se detiene a hacerlo de forma consciente. Haz la prueba: cronométrate cada vez que trabajes (que trabajes en serio queremos decir, no vale el “intentar trabajar pero es que…”). No diremos que te cronometres también cuando te duermas en los laureles, ese dato ya estará implícito una vez que calcules las horas trabajadas y le restes las horas de sueño y otras inevitables.
¿Ya está? ¿Ya lo has hecho? ¿Qué te ha salido?
A la mayoría de gente cuando hace esta prueba por primera vez no le salen más de 2 o 3 horas trabajadas al día. Y, remarcamos, trabajadas en estado puro.
Visto así, nos podemos preguntar “¿pero qué hemos estado haciendo durante todo el día?”. Ah, amigo… ahí está el primer paso, como en todas las terapias, el darse cuenta…
Paso dos…
Planifícate de verdad. Ahora que te has dado cuenta del derroche temporal, hay que organizarse, y aquí es donde muchos fallan: algunos se medio organizan (por decirlo así), y es que no basta con decirse “vale, durante el día tengo que hacer tales cosas. Pues voy empezando y voy haciendo…”. ¡No! ¡Prohibido! Si haces eso te relajarás, lo irás haciendo a tu ritmo y creerás (o te autoengañarás) de que tendrás tiempo de sobras para hacerlo, y al caer la noche te toparás con la realidad, y te maldecirás por no haberte metido más prisa, y por haberte distraído tanto y… ¿hace falta que siga?
De ahí que digamos que tienes que planificarte de verdad. Tienes que exigirte más a ti mismo, ponerte horas límite. Y esa es una verdad como un templo de aquí a China: bajo presión, uno trabaja más y (puede que) mejor. Y por si tienes dudas, te ayudamos con algunos ejemplos…
¿Qué haré de 9 a 12? Me centraré y acabaré x tarea.
¿De 13 a 14? Pausa para comer.
¿Y de 15 a 18? Me encargaré de esto otro sin parar.
Como veis, nos dejamos un tiempo en blanco entre planning y planning. Esto es porque está demostrado que las personas trabajan mejor si tienen pequeñas pausas programadas. Y ciertamente no es extraño: si el cerebro ve que tiene descansos, no se saturará porque sabrá que a x horas podrá respirar, y al mismo tiempo (y por ello mismo) en las horas marcadas para la actividad, trabajará más y mejor.
En definitiva, el cerebro es un músculo, y como todo músculo, si no se trabaja y se deja relajado, perderá fuerza cuando más lo necesitemos. Hagámoslo por él, ¡trabajémoslo!
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