Las desaladoras de agua de mar que convierten los caudales marinos en fluidos adaptados para que el consumo humano se fundamentan en el principio de la ósmosis inversa. Estas instalaciones que potabilidad y desalan agua para abastecer a grandes comunidades humanas, tienen unas dimensiones y un coste extraordinariamente elevados.
Para corregir las deficiencias del agua de abasto público que llega al hogar, también puede aplicarse el mismo sistema de osmosis inversa, que en este caso tiene un coste mucho más bajo, aunque sus capacidades son análogas y la eficacia a la hora de mejorar la calidad del agua es la misma.
La osmosis inversa doméstica, por lo tanto, tiene un precio mucho más asequible y ofrece resultados muy exitosos. La respuesta reside en dos causas: por un lado el volumen de los dispositivos se diseña y establece en función de la demanda de caudal, y, por el otro los materiales empleados son mucho más económicos.
Es evidente que no se puede atender a una ciudad de 50.000 habitantes desalando agua de mar con ósmosis inversa en un flujo constante y con un elevado rendimiento, que abastecer de agua a una familia de cinco personas, que además solo la utilizarán para cubrir parte de sus necesidades hídricas, es decir, para beber agua (no para regar las plantas, para lavar los platos o la ropa, o para ducharse, entre otras actividades).
Los materiales constituyentes de las desaladoras de gran escala y de los aparatos domésticos de osmosis inversa tampoco son los mismos. Las instalaciones situadas al borde del mar deben resistir la corrosión del agresivo ambiente marino, mientras que un sencillo dispositivo instalado en el interior de un hogar puede estar compuesto por un material suficiente para el trabajo de filtración de minerales, bacterias, y demás moléculas que provocan los olores y sabores del agua.